FSE

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Nuestro Centro participa en el PROGRAMA CAUDETE EN EUROPA:

"FP Caudete en Europa III"

Proyecto coordinado por el Ayuntamiento de Caudete

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Ha vuelto a ocurrir. Ha llegado la noche del 31 de octubre, y hemos vuelto a permitir que nuestros jóvenes, nuestros “niños”, salgan en bandadas por las calles del pueblo cargados de huevos dispuestos a arrojarlos contra sus vecinos. Otro año más. Los vemos pasar, con los cartones de huevos en las manos, en bolsas, y lo aceptamos. Así ha sido hasta ahora.

Basta. ¿Cuál es nuestra responsabilidad? ¿La de las instituciones? ¿La de la comunidad educativa? ¿La de los padres? ¿Permitirlo, reírles la gracia, “es algo que pasa”, “es Halloween”, “es tradición”? Parece increíble, es triste, que aceptemos que nuestros hijos puedan actuar con esta impunidad, incluso peor, con nuestro consentimiento. Porque, aunque suene excesivo, les estamos permitiendo atentar. Sí, atentar.

Atentar contra la dignidad de las personas. ¡Qué doloroso es sentirte humillado por una panda de chicos a la que nadie recrimina y que al día siguiente te miran de arriba abajo, dándoles igual que sepas que fueron ellos! Se ríen de ti.

 Atentar contra la seguridad de las personas. ¿Os ha pasado alguna vez? ¿Os han lanzado huevos a las ventanas, a la puerta de vuestra casa estando en el interior? Suena a un estallido, a varios, como si te dispararan, como si algo explotara. En los tiempos que corren… ¿Cómo es posible que no hagamos nada cuando hay chicos escondidos en la oscuridad que lanzan huevos contra vehículos que pasan por la calle? Es otro “disparo”… Alguien puede perder el control, tener un accidente, atropellar a otros. Y entonces nos lamentaríamos… “¿Cómo pudo pasar?”, diríamos. “Cómo no le pusimos freno…”

Atentar contra la propiedad privada. Si te rompen un cristal, una persiana, te aguantas. Si tienes que limpiar, te aguantas. Si esa es la respuesta que damos ante un mal provocado, el mensaje es demoledor. Aguantar…. ¿hasta qué límite?  Si aceptamos que al que le toque que se aguante, damos validez, y fuerza, al que hace el daño. Y este aprende que se admite su forma de actuar. Peligroso. Para todos.

Atentar contra la autoridad pública, cuando se trata de guardias civiles, policías, profesores, políticos. Su casa, su coche, se convierten en objetivo. Y allá van. En grupo. Por las calles, a la vista de todos, imparables. Protegiéndose unos a otros. Unos lanzan físicamente los huevos; otros callan, otorgan, sabiendo dónde van, a qué van, acompañan. Se  convierten en cómplices. Cuando una sociedad permite que sus jóvenes falten al respeto a los que les protegen o les educan,  excusándose en que es la noche de Halloween o similares, esa sociedad queda desprotegida, se degrada, pierde sus valores, por muchas banderas que cuelguen de nuestros balcones.

Ojalá todos apliquemos la responsabilidad que nos toca. Aunque duela, aunque sea menos cómodo. Para que no nos lamentemos después. Son nuestros hijos: ocupan nuestra casa, juegan en las calles, se reúnen en locales, van a clase, a actividades extraescolares… ¿A quién le corresponde el control? Por favor, no te apuntes al “a mí no”…

A veces duele actuar, ponerse serios, tomar medidas, hacer respetar unas reglas. Pero es la base de la convivencia, detrás solo hay abismo. Duele, pero hay que hacerlo si perseguimos con ello un bien mayor. En este caso, ese bien mayor es lograr una ciudad, nuestra ciudad, en la que los ciudadanos seamos respetuosos unos con otros, favorezcamos el afecto, la convivencia. Y para ello, hay que contribuir, entre todos, a que nuestros jóvenes aprendan a diferenciar lo correcto de lo incorrecto, que convivir en paz va más allá de satisfacer sus deseos y que los demás aguanten. Es duro, es una tarea ardua y complicada.

Pero nos jugamos mucho.

Un caudetano.